Hoy,
mientras ayudaba a una ancianita a cruzar la calle, pensé en lo fácil
que es cambiar al mundo. Un simple gesto a la vez es bastante, un gesto
de todos, suficiente. De pronto ya no me pesaba el saco que ella llevaba
y que insistí en cargar para agilizar su paso en medio de los feroces
carros de la Calle Ovando. Ya no llevaba tras mi espalda todo el peso de
mis pensamientos. Tan sólo la sonrisa de la anciana mientras caminaba
de mi brazo, y sus bellísimas palabras de agradecimiento. Entonces todo
se me hizo bello, algo fuerte me latió en el pecho. Es que hay que
empezar por alguna parte a cambiar este desorden de desamor e
indiferencia que nos mantiene enfermos de nosotros mismos.
(Gracias ancianita por devolverme el orgullo y la alegría de seguir viviendo!)
Jael Uribe
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¡Muchas gracias por llenarme de luz! ¡Te regalo una sonrisa!